Artes, feminismos y otras rebeldías
Cuando hablamos de perspectiva de género en el arte queremos nuevos relatos que, aunque ni tan nuevos, nos representen, nos den un marco común en el que dejemos de ser anónimas o lánguidas y seamos lo que carajo queramos ser y llenemos las salas con nuestra propia historia, nuestra hermosa creatividad soltada al mundo en un lenguaje que apenas ha trascendido.
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Por lo general existen infinitas posibilidades en cada una de las elecciones que hacemos diariamente. Pero solemos transitar los mismos recorridos por una cuestión de costumbre y comodidad. El arte, sin embargo, nos sirve de revulsivo para ese previsible devenir. De todas las estrategias con las que podríamos abordarnos, la artística suele ser la más elevada porque aventura a nuestro cerebro a funcionar de maneras ingeniosas y raramente cómodas.
Con los feminismos pasa un poco igual, desatrofian los músculos sociales a golpe de ideario y creatividad para abrir espacio a nuevas formas de vivir y de entendernos. Si algo nos está enseñando esta época es que las fórmulas capitalistas y patriarcales no sirven, si es que alguna vez lo hicieron. Hemos agotado las posibilidades de la sostenibilidad por esas vías. No tratemos de recorrer ese camino más pues intentarlo de nuevo sería cosa de necios.
Usemos las artes y los feminismos para imaginar futuros radicalmente distintos.
Artes y feminismos: ese arma cargada de futuro
El arte tiene una función, siempre. Son múltiples sus lenguajes pero, al fin y al cabo, son eso, lenguajes. Métodos comunicativos para trasladar información de un punto a otro. A veces, incluso, esa información simplemente transita por el mismo cuerpo de la persona creadora sin necesidad de ser externalizado. Pero la cuestión es que moviliza contenido así sea meramente estético.
A estas alturas, huelga decir que el androcentrismo ha llenado los espacios de masculinidad en su más amplio espectro y que, por tanto, el relato artístico en el que participábamos las mujeres ha quedado en el anonimato o en el modelaje lánguido que no tiene nada que ver con nosotras. Tras tantos siglos leyendo entre líneas un cuento que no nos contaba, el hastío ya es demasiado evidente y toca airear la sala. Otros lenguajes y otros contenidos se abren paso refrescando el ambiente cuando la diversidad de cuerpos y realidades toma la palabra. Los movimientos feministas hablan de perspectiva de género, esta vez en el arte, porque toca teorizarlo todo para que se cedan espacios. Es más o menos como tener que explicarle a un niño que no puede estar jugando sólo él con la pelota y que tiene que dejar también a otros niños. El derecho al juego es de todas y así sucesivamente con los estadios de la vida. Entonces llegamos las feministas y comenzamos a poner negro sobre blanco en un ejercicio pedagógico y pacífico descomunal de deconstrucción y duelo.
Lo personal es político, claro. Es la base de la coherencia: cómo vivo, lo que siento, lo que pienso, lo que digo y lo que hago son mi onda expansiva, mi huella rastreable, mi acto político más íntimo y auténtico. Y eso suele ser el ejercicio artístico. Cuando hablamos de perspectiva de género en el arte queremos nuevos relatos que, aunque ni tan nuevos, nos representen, nos den un marco común en el que dejemos de ser anónimas o lánguidas y seamos lo que carajo queramos ser y llenemos las salas con nuestra propia historia, nuestra hermosa creatividad soltada al mundo en un lenguaje que apenas ha trascendido. Los feminismos en el arte, como en todos los ámbitos de la vida, han venido para quedarse así que no tiene mucho sentido remar en contra, más bien abramos nuestros sentidos. Vamos allá.
Lo que la cultura construye
La socialización es aquel proceso mediante el cual las comunidades modelamos a nuestras semejantes para generar identidades más o menos uniformes. Simplificando mucho, mediante la socialización apuntalamos nuestra cultura y repartimos papeles en la representación de este teatro que nos hemos montado. Hasta aquí todo bien. Tiene mucho sentido que la cultura se vaya construyendo y adaptando al tiempo y al lugar que le ocupa, asumiendo, como buenamente puede, la ingente cantidad de tareas que supone sostener tanta escenografía. El fallo en el sistema está cuando nos empezamos a dar cuenta de que hay culturas y comunidades que se perfilan como dominantes olvidando, vejando, explotando y maltratando a otras culturas y otras comunidades, y ocupando siempre los papeles de director, protagonista y público. Y que, además, nos han sometido, distanciado y convencido de que nuestro papel es este y no puede ser ningún otro porque es algo natural e intrínseco a nuestra biología y sistema de valores. Y aquí cabe todo, claro: hombres-mujeres, blancas-negras, payos-gitanos, norte-sur, cristianas-musulmanes, patrón-obrera, adulta-niño, humano-animal, capacitada-discapacitado,…
Centrándonos en las identidades sexuales y de género, la perversidad de la socialización no tiene límites y podemos observar cómo se construyen con aplicado esmero los papeles de hombre-mujer en las diferentes culturas y comunidades que pueblan este planeta. Nadie escapa a este embudo, nuestras identidades individuales y colectivas pasan sí o sí por una socialización diferenciada y binaria que nos ubica en el rol masculino o femenino, y quien se quiera mover de ahí que se prepare un buen atillo porque el camino es largo y arduo. La artista visual y experta en comunicación y género Yolanda Domínguez, nos invita a pensar[1] en las imágenes como un mapa en el que las personas nos buscamos constantemente para localizar a nuestro o nuestra semejante y que si nuestra semejante ocupa siempre callejones secundarios, denostados, infantilizados y sexualizados pues aprendemos que ese es el itinerario del mapa por el que podemos circular porque el resto le pertenece a otro viandante y, además, es peligroso.
Una vez aquí, la cosa está en los puntos de partida y avituallamiento: cómo apoyamos, en este caso desde el poder transformador de lo artístico, para que el lugar desde el que salen las valientes que desafían lo establecido sea menos hondo y oscuro. Y ya de paso, si nos liberamos nosotras y nosotros mismos, pues mira tú qué bien. Es entonces cuando hacen su aparición los feminismos que todo lo que tocan lo convierten en luz y se ilumina, al fin, la posibilidad de vivir en la diversidad y la equidad. Comprender por tanto que los puntos de partida desiguales generan oportunidades desiguales es algo que otras teorías políticas y filosóficas ya habían elaborado, pero añadirle el ingrediente del sistema sexo-género nos tocó juntas, oprimidas y valientes, a las mujeres feministas. Entender esto es vital porque acaba con la meritocracia, ese concepto tan patriarcal: no triunfan sólo los que se esfuerzan, triunfan los que pueden triunfar porque las demás estamos sosteniéndoles el podio y porque lo que entendemos por triunfo es capitalizarlo todo.
Las feministas de las tres primeras olas[2] ubicaron los puntos cardinales de nuestras propuestas y ahora estamos tejiendo la red, sacándole cuerpo a esos pensamientos. Este es el momento en el que el arte debe tomar parte, la cultura tiene múltiples expresiones pero reconozcamos, por fin, que la artística es probablemente la más elaborada, delicada y gozosa de esas expresiones y que, como creadoras, tenemos un compromiso porque trasladamos información y generamos emoción, pensamiento y crítica. Necesitamos referentes que hablen de otra forma de amar, de otra forma de cuidar, de otra forma de expresarse, de otra forma de producir, de otra forma de crear. De otra forma, simplemente de otra forma. Queremos husmear quién hay entre bambalinas, cómo llegó hasta ahí, que nos cuente su historia y nos ayude a imaginar caminos distintos en un mapa tan vetusto ya. Ese alumnado de las escuelas de artes está ávido de nuevos lenguajes, son transgresoras porque la juventud lo es y es nuestro compromiso de buenas mentoras ofrecerles diversidad de posibilidades. Ser feministas en nuestra práctica pedagógica y artística no es algo aplazable, es la vanguardia misma.
Lo que el pensamiento elabora
Cuando el pensamiento se torna feminista suceden varias cosas. En primer lugar, se plantean conceptos y términos que cuestan de entender y no tanto porque sean etimológicamente desconocidos, sino porque atacan a la raíz del sistema de organización relacional que tenemos montado. Y claro, cuando nos tocan los cimientos, la cosa se tambalea. En segundo lugar, suele haber un momento ajá donde todo empieza a encajar como un puzzle y se abre paso ante nosotras una claridad tan límpida que abruma. De pronto entiendes todo: tiene sentido aquel sentimiento que no podías explicar, se repiten en tu cabeza los mensajes que recibiste como letanías desde que tienes memoria, observas los pelos de tu cuerpo preguntándote ¿y ahora qué?, pones patas arriba tus relaciones amorosas, vuelas por los aires cualquier comida familiar y bloqueas a unas cuantas personitas de tus redes sociales. Probablemente llores porque la rabia y el dolor contenido no saben ya por dónde salir. Pero sobre todo, lees, lees, lees. No puedes dejar de leer porque resulta que casi todo lo que creías no era del todo así. Y necesitas saber más y empiezas a hablar con tus amigas y ahí ya no hay vuelta a atrás. En este tercer estadio, cuando ponemos en común, el pensamiento individual se vuelve colectivo y estalla en miles de propuestas coloridas que plantean futuros radicalmente distintos y diversos. Magia pura.
En varias ocasiones me he encontrado hombres muy indignados porque las feministas, cada vez que confrontaban algún argumento suyo, les exigían que leyeran. Esto no significa que esos hombres sean iletrados, sino que no podemos reducir la cuestión de los géneros a una experiencia meramente particular desconectada de la historia de la humanidad — la que escribieron las feministas, las teóricas, las filósofas—, lo mismo que no analizamos el momento sociopolítico actual sin tener en cuenta de dónde venimos y por qué las tensiones entre los países son como son. Me detengo aquí porque me parece realmente importante aclarar esto si lo que queremos es hallar una metodología para aplicar la perspectiva de género en nuestros proyectos. Pretender ubicarnos ante los temas que los feminismos nos plantean desde nuestra propia experiencia es un ejercicio necesario y muy relevante para nuestras vidas, es el principio mismo de la deconstrucción personal que dejará espacio para nuevos itinerarios. Pero cuando el diálogo deja de ser interno y pasa a ser colectivo, es decir, cuando la incidencia de mi posicionamiento me trasciende o incluso me permito el privilegio de elaborar discursos sobre las experiencias ajenas, algo que en el arte es recurrente, es imprescindible haberlas escuchado antes a ellas — a las ajenas, digo, a las otras, lo que no soy yo— y tener una mínima idea sobre la historia que las colectiviza. Para sistematizar la perspectiva feminista en nuestra práctica hace falta hacerse preguntas y para que las preguntas sean las adecuadas hace falta conocer las raíces del sistema hetero-patriarcal y sumergirse en las teorías feministas. Si lo que hacemos no tiene ese sostén teórico, entonces no es metodología sino especulación. Y, por lo general, especulan quienes ostentan posiciones privilegiadas, así que hagámonos cargo.
Empecemos por aquí, diseccionemos nuestros privilegios y nuestras opresiones. Salgamos de nuestra zona de confort para observar sobre qué lecho andábamos tendidas y qué nos impedía levantarnos. Habrá muchos puntos ciegos, cavernas oscuras que nuestra mirada no alcanza a enfocar pero que nuestros sentidos intuyen. Aventurémonos a explorarlas acompañadas de personas experimentadas que ya han pasado por aquí. Leamos a Marcela Lagarde, a Angela Davis, a Ochy Curiel, a Rebecca Solnit, a Virginie Despentes, a Paulo Freire, a Paul B. Preciado… Armemos espacios seguros donde poder poner en común con otras personas lo que me está sucediendo, mis hallazgos y mis miedos, mis dudas, mis errores, mis certezas. Permitámonos encuentros no mixtos donde dejarnos caer y utilizar a las demás de reflejo y sostén para volver a la heterogeneidad con fuerza y poder.
El poder, ¡ay, el poder!; los feminismos son para el concepto de poder brisa fresca y, en gran parte, porque ponen en el centro del mismo la ética de los cuidados. Esta es probablemente la piedra angular sobre la que deba de basarse cualquier metodología que pretenda integrar la perspectiva feminista: los cuidados. Cojamos cualquier proceso creativo y pasémoslo por el tamiz de los cuidados, los propios y los colectivos. Básicamente hablamos de una escucha total, de poner atención a los detalles, de hilar fino, de ejercer nuestro derecho a equivocarnos o dudar, de dejar espacio a los silencios para que puedan emerger las preguntas precisas y dar tiempo a los procesos para que podamos cosechar respuestas diversas que nos permitan elegir. Calibremos la huella de nuestras acciones pensando en lo común y aprendamos el goce del contacto y la retirada. Hagamos el ejercicio también de diferenciar qué son cuidados y qué condescendencia porque las tendencias están ahí y nos empujan fácilmente a esta dinámica de la productividad, el prejuicio y el éxito. Separémonos de una vez por todas del colonialismo, el paternalismo y el capitalismo emocional y llevemos a nuestra práctica diaria la empatía y el respeto propio y común. Si conseguimos esto, si en nuestro código de conducta particular estas ideas echan raíces, tendremos hueco para la esperanza.
Lo que la imaginación propone
Recuperando la idea de imaginar futuros radicalmente distintos es importante recordar que los feminismos pretenden modificar las estructuras y esto, aun siendo palabras mayores, es un campo abierto para poner en marcha nuestra creatividad. No existen recetas ni fórmulas mágicas que nos permitan adquirir y titularnos en la aplicación de la perspectiva feminista, es este un camino individual y colectivo, solitario y común, anecdótico y vitalicio, árido y primaveral. Y ni siquiera es un camino único, son múltiples senderos que cada persona, cada colectivo, cada artista, cada creadora puede transitar desde un lugar u otro, en una dirección u otra y con la tranquilidad de saber que va bien acompañada por tantas pensadoras y activistas feministas que sostendrán la duda y la incertidumbre y ofrecerán posibles soluciones que se pueden modificar, adaptar y amoldar a nuestro paso particular.
Movilicemos nuestro interior y nuestro entorno, guardemos silencio y escuchemos qué vienen a decir las que nunca tuvieron volumen — porque voz, siempre—, perdámosle el miedo a probar nuevas fórmulas artísticas y a generar espacios de incertidumbre donde la exploración y los cuidados sean las únicas certezas, abandonemos el sistema métrico del tanto tienes tanto vales y empecemos a narrar con nuestro arte el tiempo que nos ha tocado vivir.
En cualquier caso, estamos asistiendo al despertar de otra ola de feminismos que nos invitan a avanzar en este viaje. Es lógica evolutiva que la cultura se adapte al tiempo y al lugar que le ocupa y los movimientos feministas están escribiendo la historia ahora y, desde luego, están demostrando una implacable capacidad de resiliencia y creatividad. Subamos a escena esos futuros radicalmente distintos pues tenemos en nuestras manos la mejor herramienta para imaginar: el arte.//
Nota de la autora: Le agradezco a Isabel Sodric Golmayo que me haya ayudado a expresarme como quería en este artículo.
[1]Aquí podéis ver su charla en Tedx Madrid: https://yolandadominguez.com/portfolio/tedxmadrid/
[2]– Primera Ola: feminismo ilustrado del siglo XVIII que recogió las demandas de las mujeres en relación a las proclamas de libertad e igualdad de la Revolución Francesa que, pretendiendo ser universales, eran una vez más políticas hechas por y para hombres.
– Segunda Ola: sufragismo de finales del siglo XIX y principios del XX en el que las mujeres anglosajonas a ambas partes del océano Atlántico encabezaron la conquista del voto femenino y del acceso a la educación de las mujeres en igualdad con los hombres.
– Tercera Ola: los feminismos estallan en mil propuestas en la década de los 70 del siglo XX de la mano de una diversidad de mujeres inquietas que tienen mucho por decir y están hartas de ser madre-esposas. Nuestras abuelas y nuestras madres indicándonos el camino.
Bibiliografía y webgrafía
• Lagarde, Marcela. Claves feministas para el poderío y la autonomía de las mujeres. Editorial Puntos de Encuentro.
• Solnit, Rebecca. Los hombres me explican cosas. Editorial Capitan Swing.
• Lerner, Gerda. La creación del patriarcado. Editorial Katakrak.
• Davis, Angela. Mujeres, raza y clase. Editorial Akal.
• Despentes, Virginie. Teoría King Kong. Editorial Literatura Random House.
• Preciado, Paul B. Manifiesto contra-sexual. Editorial Anagrama.
• Freire, Paulo. Pedagogía del oprimido. Editorial Siglo XXI.
• Curiel, Ochy; Galindo, María. Descolonización y despatriarcalización de y desde los feminismos de Abya Yala. Editado por Acsur-Las Segovias.
• Varela, Nuria. Feminismo para principiantes. Editorial B de Bolsillo.
• Barbé i Serra, Alba; Carro, Sara; Vidal, Carles. La construcción de las identidades de género. Actividades para trabajar con jóvenes y adolescentes. Editorial Carata.
• González Serrano, Carlos Javier. Diotima, la enigmática maestra de Sócrates. Blog: El Vuelo de la Lechuza: https://elvuelodelalechuza.com/2020/04/17/diotima-la-enigmatica-maestra-de-socrates/?fbclid=IwAR3FSSX8WVgzqTlxESRetkGdjVUH2cHeQ2s_wUIOWSTLP8AgmxxqTjagAek
• Beltrame, Sara. La crisis global vista por Naomi Klein y Angela Davis. Píkara Magazine: https://www.pikaramagazine.com/2020/04/la-crisis-vista-por-klein-y-davis/?fbclid=IwAR002LlhSjHW8BVCpiOx3MsvCuHd4zjppWzJFAZW58FhInMXHfD3Y2jvRZ0
• Cualquiera de las maravillosas entrevistas del blog de Clásicas y Modernas: https://clasicasymodernas.org/habitacion-de-invitadas/
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