Siempre se le ha reconocido a la música el poder de afectar a la persona en diferentes planos, físico y psíquico, y de poder ser, por tanto, un agente de promoción de la salud y el bienestar. A lo largo de la historia encontramos varios ejemplos de la relación entre música y salud, como los rituales chamánicos, las teorías platónicas de la música o la musicoterapia moderna, ejemplos que han sido estudiados desde la antropología, la filosofía y la medicina científica, respectivamente.
No deja de ser curioso que la música, sin tener ningún valor aparente para la supervivencia, forme parte de todas las culturas (David, 2000).
¿Para qué sirve la música?
Años atrás, cuando ejercía de profesor de música de Secundaria, un alumno me hizo la siguiente pregunta: ¿Por qué tengo que estudiar música? ¿Las matemáticas son útiles, pero la música, de qué sirve? No sería preocupante el cuestionamiento de un joven en edad rebelde si no fuera porque hoy en día, en un mundo en el que prima la productividad, parece que hablar de artes, y en concreto de música, para algunos sectores de la población sea sólo hablar de ocio y del lujo de regalarse instantes de gozo estético.
Puede que por eso haya gobiernos que no tienen ningún escrúpulo en aumentar el impuesto de los productos culturales o, aún más escandaloso, haya ministros de educación que reducen la música a una presencia marginal dentro del currículum escolar.
¿Es la música sólo un instrumento de placer? En los años 1960, el eminente antropólogo Alan Merriam, en un esfuerzo de síntesis, desgranaba diez funciones que ésta presentaba en varias sociedades. Aparte de la ya mencionada función de gozo estético, Merriam señalaba, entre otras:
- La función de expresar ideas y emociones que no se exteriorizan con el lenguaje cotidiano.
- La función de comunicación.
- La función de contribuir a la continuidad y la estabilidad de una cultura (de la cual se desprende una función educativa).
- La función de contribuir a la integración de la sociedad, en tanto que es punto de encuentro alrededor del cual los miembros de una sociedad se unen para participar en actividades que requieren cooperación y coordinación de grupo (Merriam, 2001).
Sin querer menospreciar el inmenso valor del gozo estético de una obra musical, si ponemos atención en las otras funciones mencionadas e identificamos en la música la función de expresión y comunicación, podríamos llegar a la conclusión de que, en consecuencia, reconocemos en ella la potestad de transformación del individuo.
Si identificamos en la música la función de dar continuidad a una cultura e integrar la sociedad, podríamos extraer que reconocemos en ella la potestad de transformación de esta sociedad.
Disciplinas musicales
Estos dos valores que reconocemos en la música, el de poder transformar a la persona y el de poder transformar a la sociedad, no serían, a mi entender, inherentes al material musical, sino a la forma como éste es utilizado. Acciones transformadoras mediante la música han existido siempre, pero también es cierto que en las últimas décadas han tomado identidad unas disciplinas que han ido cristalizando su cuerpo teórico y práctico y que materializan y, en algunos casos, profesionalizan, esta idea. Nos referimos a la música comunitaria, la musicoterapia y la musicoterapia comunitaria.
Música comunitaria
La música comunitaria proviene del concepto arte comunitario, que tomó forma en el Reino Unido durante los años 1960 en entornos de diversidad cultural y protestas antisistema. Puede que más que como una disciplina o un movimiento organizado, haya que verla como una manera de entender la creación artística basada en la participación ciudadana y con el objetivo de desarrollo y mejora de la comunidad. Incluye un fuerte componente educativo que hace que se amplíe el marco de la educación musical y formal e, incluso, lo cuestione (Cabedo, 2014).
Nos encontramos ejemplos espectaculares, como el Sistema Nacional de Orquestas Juveniles e Infantiles de Venezuela, que acoge a más de 350.000 niños y jóvenes en riesgo de exclusión social, pero la mayoría de proyectos que trabajan en esta línea tienen un alcance mucho más local. Aquí tenemos bastantes ejemplos, como es el caso de diferentes entidades que configuran el proyecto Diversitats dentro de la organización Educación Sin Fronteras.
Musicoterapia
En el caso de la musicoterapia, sí que podemos hablar de una disciplina con entidad propia que, sin dejar de lado su complejidad, ha tomado una forma y ha diseñado un perfil profesional que en muchos países ha llegado al pleno reconocimiento dentro del sistema sanitario. La World Federation of Music Therapy define la musicoterapia como el uso profesional de la música y sus elementos como intervención en entornos cotidianos, médicos y educativos, con individuos, grupos, familias o comunidades que buscan optimizar su calidad de vida y mejorar su bienestar físico, social, comunicativo, emocional, cognitivo y espiritual (2011).
La diversidad de entornos en los cuales trabajan los musicoterapeutas hace que sea difícil imaginar un solo perfil de profesional, ya que, como disciplina que se mueve entre la música y la terapia, entre el arte y la ciencia, diferentes enfoques y colectivos hacen que los objetivos y las técnicas sean plurales y heterogéneas. En todo caso, dentro de esta pluralidad, hay tres elementos esenciales para que podamos hablar de musicoterapia: que la música tenga la función de medio terapéutico, que se produzca en una relación profesional terapeuta-paciente y que el objetivo final sea la promoción de la salud del usuario (Bruscia, 2014).
Musicoterapia comunitaria
El enfoque de la musicoterapia moderna centrada, principalmente, en el individuo y sus patologías, a menudo en entornos clínicos, ha hecho que fuera tomando cuerpo como disciplina específica lo que se llama musicoterapia comunitaria. Aunque, desde los inicios de la musicoterapia, muchos musicoterapeutas han trabajado en el campo socioeducativo, ha sido en los últimos años que la musicoterapia comunitaria, con una larga tradición en los países escandinavos, ha tomado forma como campo interdisciplinario de estudio y práctica que promueve la participación musical y la inclusión social, un acceso equitativo a los recursos y la colaboración para la salud y el bienestar (Stige, 2012).
No es fácil establecer los límites entre unas y otras disciplinas en el momento de entender el papel específico de cada una de ellas en el uso de la música para la transformación personal y social. En los tres ámbitos encontramos objetivos vinculados a la educación, al desarrollo de las capacidades personales, a la promoción de la salud y a la cohesión social. Afinar las características de cada una de las disciplinas requeriría una exhaustividad que no es la intención de este artículo, pero en términos generales podemos distinguir en la música comunitaria un enfoque más centrado en la educación, dentro de una visión amplia de ésta, mientras que la musicoterapia y la musicoterapia comunitaria estarían más orientadas a la promoción de la salud, desde una perspectiva centrada en el individuo, en el primer caso, y centrada en el individuo dentro de la comunidad, en el segundo.
En cualquier caso, sea cual sea el marco, la buena noticia es que el desarrollo de estas disciplinas rompe el estereotipo de que la música es sólo de los grandes artistas. Con ellas devolvemos la música a su origen, la comunidad, y le permitimos que su potencial sea semilla de desarrollo y transformación personal y social.
Bibliografía
Davis, W. B., Gfeller, K. E., Thaut, M. H. (2000) Introducción a la Musicoterapia: teoría y práctica. Barcelona: Editorial Boileau.
Merriam, A. (1964) Usos y funciones de la música. En: F. Cruces (ed.) (2001) Las culturas musicales, cap. 11. Madrid: Editorial Trotta.
Cabedo, A. (2014). La música comunitaria como modelo de educación, participación e integración social. Eufonia: Didáctica de la Música, 60, pp. 15-23.
Bruscia, K. (2014) Defining Music Therapy (3 ed.). New York: Barcelona Publishers.
Stige, B., Aaro, L. E. (2012) Invitation to Community Music Therapy. United Kingdom: Routledge.
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