A propósito de una trifulca de fútiles | Manel Anoro

A propósito de una trifulca de fútiles

El grupo de teatro:

Todos los actores están en el escenario, formando una hilera de cara al patio de butacas. Sentado en primera fila, los observo y les pregunto, uno por uno, qué representa para ellos el grupo y el teatro. Compañerismo, constancia, amistad, contacto físico, relación personal, reconocimiento por parte del otro, amor… Son palabras que me suenan, que se me revelan bastante universales. ¿No es verdad que todos buscamos llenar con los demás nuestra inevitable soledad?

 

Buscando una identidad:
Todos buscamos una identidad. Necesitamos reconocernos y que nos reconozcan. Queremos lucir una etiqueta ante los demás para saber y que sepan quiénes somos, para pertenecer a algo y ser aceptados por los demás como parte de aquello. Queremos huir, por unos momentos, de esta soledad que intrínsecamente nos acompaña. Crecemos relacionándonos en el trabajo, con los amigos o en casa con la familia. Llevamos la etiqueta de empresarios, de simpatizantes de un equipo, de extrovertidos, de padres, de machos, de cobardes, de adinerados, de intelectuales, de hijos o de posmodernos. Nos gusta salir, hablar, pertenecemos al grupo más solidario y comprometido, al más aventurero y marchoso o al más fanático y violento. No nos importa mostrarnos tal como somos. Nos sentimos orgullosos de pertenecer a nuestro grupo y de ser aceptados. La identidad es nuestra brújula en un océano inmenso y tormentoso donde el grupo es nuestra embarcación.

 

Preguntas:

¿Yo tengo identidad? ¿Cómo soy? ¿Me conozco? ¿Cómo me gustaría ser? ¿Los otros me podrían definir? ¿Sólo puedo pertencer al grupo de los “sin identidad”? ¿Mi grupo soy yo solo? ¿Puedo pertenecer a un colectivo sin acabar de entenderme a mí mismo?

Que preguntas más extrañas… será que solo nos las hacemos los enfermos mentales.

 

Salir del pozo:
Un enfermo mental tiende inevitablemente a la soledad. No busca pertenecer a nada porque todavía no sabe cómo definirse y en qué grupo encajar. Todas sus fuerzas están centradas, en el mejor de los casos, en resolverse, y en el peor, en huir pozo abajo. En este conjunto de fragmentos desordenados del propio yo todavía no hay lugar para los demás… ¿o quizá sí? El interior puede ser terrorífico y no permite salir fuera. Es una soledad que se nutre de sí misma.

¿Hay posibilidades de buscar y encontrar esa identidad extraviada? ¿Se puede ordenar el rompecabezas? El grupo de teatro, el reconocimiento de los compañeros, el sentimiento de pertenencia … ¿están empezando a dibujar esa identidad perdida?

 

La píldora:

Se ha inventado una píldora que me ayuda a soportar este enorme caos de angustias que llevo dentro. Ahuyenta los miedos y me permite comenzar a entender mejor cómo soy… o cómo me gustaría ser. Parece que puedo comenzar a salir a la superficie. ¿Queda mucho para llegar a la salida?

Le pregunto al médico si ya estoy curado. Él pregunta si oigo aquella voz que tanto me atormentaba. Le digo que no. Dibuja una sonrisa victoriosa y me da de alta.

Algo dentro de mí me dice que aún quedan muchas cosas por resolver.

 

El juguete nuevo:

Llama la atención  en La Trifulga que, a la hora de expresar lo que el grupo representa para ellos, surjan sólo sentimientos y emociones impregnándolo todo. ¿Son rasgos de la enfermedad, es la costumbre de estar siempre explicando a los profesionales o son niños con un juguete nuevo con el que se experimenta con increíble fascinación y curiosidad? ¿Descubren un nuevo mundo, juegan y experimentan con nuevas sensaciones: escuchar y ser escuchados, tocarse y se tocados, confiar y dar confianza, esforzarse y ver resultados… querer y sentirse queridos? Les atrae sentirse parte de un grupo. Empezar a romper la enorme soledad de una manera real y tangible. ¿Será eso lo que nos engancha a todos?

 

El teatro de la vida:

Somos animales sociales en un enorme escenario. Los demás dan sentido a todo lo que hacemos. El gran teatro de la vida tiene miles de personajes actuando, a la vez, como actores y público. Sin el otro no hay función, sólo existe el vacío. A los animales sociales nos define nuestra capacidad de organizarnos y relacionarnos. Cuanto más hábiles nos mostramos a la hora de relacionarnos, más capacidad de adaptación en un mundo cambiante y lleno de dificultades. ¿Tiene cabida en este mundo alguien cuyo el problema es, precisamente, su dificultad para interpretar algo?

El enfermo mental también puede aprender a interpretar en esta vida. Le cuesta por dos razones importantes. La primera es que los personajes están desdibujados y se solapan. Pueden ser terroríficos y a menudo escapan a todo control. La píldora nos ayuda a definirlos y a intentar interpretarlos. Pero, ¿dónde están los otros actores que a su vez serán público? ¿Es posible el teatro sin el espectador? ¿Tiene sentido un monólogo en un teatro vacío?

Aquí entra el segundo punto. Hay que encontrar al otro. Al que dará sentido al espectáculo. La vida es un teatro donde el espectador da sentido al trabajo de los actores, y al revés. Uno no es nada sin el otro. Aislar al enfermo mental, privándole de público, es amputarle unas alas que comenzaban a nacer. Ayudémosle a participar del teatro de la vida. No hacen falta fórmulas especiales, nuestros propios remedios nos serán muy útiles.

 

El teatro como herramienta socializadora:

Hacer teatro implica utilizar buena parte de nuestras habilidades personales. Requiere ejercitar actividades imprescindibles para vivir y participar del grupo. Hay que trabajar todos los elementos que permiten la comunicación y, por tanto, la posibilidad de relacionarnos. Debemos ejercitar la lectura, la memoria, la voz, el movimiento, el gesto, la palabra. Pero si esto ya es difícil de conseguir individualmente (para uno mismo), el teatro exige, además, que todos los participantes coordinen todos estos elementos, los estructuren y, esto es lo más complejo, los transmitan, de forma comprensible, a un tercero. En el teatro, los actores somos una herramienta que el autor utiliza para transmitir una idea. En la vida real, autor y herramienta somos la misma persona. Si falla alguno de los dos elementos, el público (el otro) no comprende y, por tanto, el trabajo ha sido inútil. Es evidente, pues, que el teatro representa el mejor ejercicio para trabajar todo lo que nos define como animales comunicadores, para optimizar las habilidades que permiten caminar por la vida.

 

Descubrimientos (1):

Para hacer teatro tengo que relacionarme. Para hacer teatro necesito al otro. Para hacer teatro tengo que hacerme entender. Para hacer teatro necesito al público. Para que el público me entienda primero tengo que comprender lo que quiero explicar y, después, conseguir transmitirlo.

 

El personaje:

Interpretar un personaje permite hacer grandes descubrimientos. Puedo construir una persona nueva. Puedo inventar una personalidad. Juego e invento una cáscara de alguien que será etéreo, que desaparecerá una vez terminada la función. Hay que hacer un importante esfuerzo de abstracción para separar mi yo del personaje. Es difícil. Pero si nos fijamos, todos lo hacemos varias veces al día, según la situación. Nos ponemos y quitamos, una tras otra, las máscaras de todos los personajes que interpretamos… sin embargo, ¿que hay debajo de la última máscara…? ¿cómo es el protagonista verdadero de nuestra función?

 

Descubrimientos (2):

Es extraño, mi personaje, esta nueva máscara que interpreto en escena, parece bien definida y la puedo arrinconar cuando quiera. Me puedo desprender de ella al acabar el ensayo. No tengo que arrastrarla pesadamente dentro de mí. La cuelgo tranquilamente en el colgador hasta la semana que viene. Parece no tener vida propia… parece que la domino yo.

 

Reflexiones, dudas y preguntas de un fútil (yo mismo):

Muchas veces intento rebuscar en los fines de este grupo. ¿Qué buscamos? ¿Qué estamos intentando conseguir? ¿Un grupo de teatro con actores “especiales” busca objetivos “especiales”?

Pienso que no. Los objetivos y las herramientas son de lo más convencionales. El estreno será el fruto de un esfuerzo colectivo. Para mí no ha sido el primer esfuerzo, pero para alguno de ellos quizá sí.

Por el camino se habrán recolectado otros pequeños frutos más valiosos que el hecho de alcanzar el reto que nos hemos planteado. A menudo pienso en cómo nuestra experiencia teatral influye en el curso de la enfermedad. ¿Cómo les ayuda el hecho de ir cada martes al ensayo? ¿Qué resultados obtendrán de todo este trabajo en equipo? Seguramente son resultados imperceptibles, que no se pueden cuantificar ni medir.

¿Cómo medimos el efecto terapéutico de La Trifulga? Es curioso que nunca, en ninguna otra actividad, me haya planteado la vertiente terapéutica del trabajo en equipo. Cuando me reúno con otros amigos para hacer teatro o cuando preparo una sesión clínica para los compañeros de trabajo no pienso en los beneficios que esto me comportará como persona. Y es evidente que ambas actividades son terapéuticas para mí. De hecho, sólo son una excusa para sentirse mejor, para reforzar mi identidad, para sentirme parte del grupo. ¿Cómo mido, pues, los beneficios de todo esto en mi yo?

La respuesta es compleja, pero creo que gira en torno a un concepto difuso y mágico: la felicidad. La felicidad que buscamos y que se muestra, de forma fugaz, a través de lo que llamamos alegría. Todo son herramientas que trabajan para conseguir morder la zanahoria de la felicidad.

Los enfermos mentales buscan lo mismo que todos nosotros. Les faltan algunas herramientas y habilidades. Proporcionémoselas, pues.//

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Manel Anoro Teatre
Foto: Kati Riquelme
// Hay que encontrar al otro. Al que dará sentido al espectáculo. La vida es un teatro donde el espectador da sentido al trabajo de los actores, y al revés. Uno no es nada sin el otro. Aislar al enfermo mental, privándole de público, es amputarle unas alas que comenzaban a nacer. Ayudémosle a participar del teatro de la vida. No hacen falta fórmulas especiales, nuestros propios remedios nos serán muy útiles.//
La Trifulga Manel Anoro
Foto: Kati Riquelme
A propósito de una trifulca de fútiles | Manel Anoro